¡Evohé!

¡Alalai! ¡Evohé! Grito junto a mis hermanos y hermanas vacantes, las tíades nos guían y nos acompañan en la empresa. El vino y la cerveza servirán de conexión con la otra realidad, junto a las infusiones de té verde y cannabis. Los liados de tabaco y hachís ponen color en nuestras mentes en blanco y negro. Celebramos un año más, un año menos en el pequeño sendero. La danza comienza instintivamente, los cuerpos se desmadran y se desmontan al son de la música de la imaginación, y todo se hace tan palpable que nos entran ganas de cortarnos las manos, pero en vez de acortarnos acertamos en la decisión divina de alargarnos y empezamos a bailar en círculos más amplios unos y más cortos otros, no dejamos de sentirnos aunque dejamos de tocarnos, sudamos como perras preñadas detrás de comida y estalla la libación común, guerra líquida. Primero nos libamos miel con leche, después el vino, que tiñe rojo, incluso las mujeres con periodo nos untan con sangre de sus ovarios construyendo una tonalidad ocre de rojo vino-sangre como cuando muere una res degollada, terminamos la ofrenda liquida con agua, agua que todo lo purifica, nos da la gracia para la ofrenda a la que hoy nosotros mismos nos ofrecemos. La ceremonia sigue, unos se desmayan, otros tocados por gracia del dios innombrable vomitan purificando aun más su cuerpo, listo para sentencia. Los demás nos entregamos al sexo, todos con todos, nadie esta excluido ni por su raza, ni por su condición, ni por su falta o exceso de belleza. Los cuerpos se amontonan en el placer, unos entran otros salen, la rueda no se acaba ni se cierra hasta que todos bien hartos empezamos a adormitarnos por donde el cuerpo se acople libremente al suelo, la ceremonia termina cuando el carro del sol alumbra el horizonte, es hora de retirarnos, es hora de lidiar con el día. Cuando lo diurno permita lo mismo que la oscuridad, ese día afirmaré que la raza comienza a despertar.