LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

sábado, 3 de julio de 2010

a los problemas los llamo sorpresas, y al ritmo desordenado de los latidos del corazón lo llamo amor o infarto de miocardio

Salté del sofá de mi casa en el que estaba sentado y grité, grité algo así como: “dejad de chuparme la sangre malditos hijos de puta”. Apagué la televisión y fui a mi cuarto, abrí una mochila y en ella metí algunas cosas básicas, un par de calcetines, otro de calzoncillos, unos pantalones vaqueros y un par de camisetas. Me calcé unas zapatillas cómodas, me puse el abrigo y baje al parking para coger mi coche, “mierda” pensé “me he dejado el cepillo de dientes” así que volví a casa y lo cogí, además aproveche para coger un pequeño bote de gel de ducha y de vuelta al parking metí la pequeña mochila en el pequeño maletero, allí siempre va mi cámara de fotos con dos o tres objetivos dependiendo de los que haya utilizado la última vez, monté en el coche y tomé dirección hacia Valderrobles, a unos 150 km de mi casa, con la única intención de fotografiar el horizonte al atardecer en los puertos de Beceíte. Cuando llegué anochecía así que decidí pasar la noche en un hostal del pueblo y esperar al día siguiente para fotografiar los lugares desconocidos de estas maravillosas montañas, con una obsesión, tomar instantáneas de los colores ocres del atardecer, mezclados en la línea dentada del horizonte.






Llegó la tarde y yo estaba preparado en un punto bien elegido, como un cazador a la espera. Cuando empecé a disparar los colores se mezclaban en mi cabeza haciendo que me diera un millón de vueltas, algo extraño me sucedió, algo que llevaba mucho tiempo dando señales en mi interior, con cada disparo sentía que robaba una imagen perfecta que a la vez guardaba en mi memoria y esta imagen desplazaba otras, era como cuando chocan dos grandes bloques de roca, la más dura desplaza y rompe a la más débil, era algo físico, muy físico, desde luego no formaba parte de la imaginación, un dolor insufrible pero maravilloso al reconocer que todas las imágenes destruidas eran recuerdos tuyos, recuerdos de nuestra vida en común, de nuestra vida desastrosa, y con gozo y dolor iba viendo dentro de mí como tu recuerdo se iba destruyendo, despareciendo como desparece un polo de hielo en pleno verano a cada chupada calurosa de mi ansiosa lengua. Y así permanecí durante más de media hora hasta que anocheció. Muy aturdido llegué al coche y volví al hostal, no pude cenar me fui directo a la habitación y estuve meditando sobre lo sucedido, me invadió una sensación de paz inmensa, sentir que tu tristeza me había abandonado, tus malas maneras habían muerto, que volvía a ser yo mismo sin tus manías, rompí a llorar de alegría y me quede dormido.







A la mañana siguiente comencé el regreso a casa tranquilo y saciado de destrucción, deseando e intentando convencerme de que no habrá nada parecido a ti otra vez en mi vida. Al llegar a mi ciudad el ambiente me pareció más limpio y saludable, conversé con unos vecinos en el parking y al pasar por los buzones arranque tu nombre del frente como el que tira de un pelo molesto, olvidándome de todo, divino por la ausencia de demonio.

jueves, 1 de julio de 2010

gastado de presente

Concentrado en suplir elementos de mi cuerpo, lo sigo pensando pesado. Volví el fin de semana a los puertos de Beceíte, a respirar su aire de plata con textura de recién nacido, me bañé en sus aguas veladas de luna y al buscar mi reflejo la oscuridad y las ondas me mostraron mi forma fantasma, pensé: en que maldito animal me estoy convirtiendo. A la falta de continuidad le llaman rotura, eso es lo que yo acabo sintiendo siempre entre mi yo y la imagen que proyecto, rotura y locura, los puertos a mis espaldas tu amor a mi cara, no pienso elegir, acotar mi libertad mientras me rio del Manifiesto Comunista nada puede ser más idiota.


Convencerme de la resistencia al mundo para vivir más, para vivir mejor, flotaré en la sangre de vuestros cuerpos vampiros hijos de puta, botar conmigo en el siguiente concierto.